sábado, 18 de agosto de 2007

viernes, 10 de agosto de 2007

DE CACHICADAN A SANTIAGO DE CHUCO EN COMBI

(cosas simples que parecen extraordinarias para alguien que vive en una gran urbe fuera del Perú)






Cruzaba la angosta pista que separa la entrada del Albergue Turístico Aguas Calientes de la parada de las combi, totalmente absorto en mis pensamientos, sin ninguna precaución de mirar si venían carros. El subconsciente estaba claro que en todo el pueblo no había visto un solo taxi, ni siquiera una mototaxi; además, en la tranquilidad imperante, el ruido del motor y los ladridos de los perros delataba la cercanía de cualquier vehículo mucho antes de ser visto.

En seis horas y a pie había visitado todo lo de interés que había dentro del poblado de Cachicadán, incluyendo los ojos de donde brotan las aguas termales. Eran casi las cuatro y treinta de la tarde y sonreía al recordar el breve diálogo con el encargado del hotel muy temprano en la mañana:

- ¿Amigo, a qué hora debo entregar la habitación del hotel?
- ¿A qué hora llegó usted ayer?
- Como a las cinco de la tarde.
- Entonces tiene hasta las cinco de la tarde para entregar el cuarto
- Gracias. Que por favor me sirvan un caldo de gallina con una buena presa.
- Muy bien, enseguida le servimos.

El encargado era un joven de trato cordial que me atendió ayer tarde. Cuando llegué, estaba sentado en el borde de un muro que servía de corredor en el sector de la cocina. Sin moverse me informó el precio que incluía los baños termales y al solicitar ver la habitación, quedé asombrado al observar que tenía una seria limitación física en sus piernas pero que no le impedía moverse con agilidad y destreza por los distintos desniveles de los pasillos. La habitación tenía dos camas en ambientes separados, su propia poza rectangular de agua termal, un baño y compartía un amplio estar casi sin muebles con la habitación del lado opuesto. El agua caliente de la poza mantenía abrigada la habitación y la excesiva humedad hacía que la ropa pareciese mojada. Hasta el agua del inodoro era caliente.

Un señor mayor que estaba sentado en la larga banca del paradero me pidió que si ya había leído La Industria que sobresalía del maletín de mano, se lo regalara. Justo cuando le entregaba el periódico apareció una combi blanca a bastante velocidad. Dejó los dos últimos pasajeros y me subí en el asiento delantero.

- Buenas tardes. ¿Va para Santiago de Chuco?
- Si señor, buenas tardes. Ya nos vamos.

Y bajó como una exhalación por la bien pavimentada y casi desierta calle principal, sin importarle los tres o cuatro rompemuelles que hay en su trayecto. El motor parecía estar fallando. Al final de la parte pavimentada giró bruscamente a la derecha y con la pura inercia fue ascendiendo por la accidentada calle de tierra para frenar justo al doblar la esquina. Gritó un nombre preguntando: ¿Tienes diesel? Del interior de una casa alguien contestó afirmativamente. El chofer suspiró, apagó el motor y con cara de satisfacción volteó y me dijo: Pensé que no iba a llegar. Desde hace como tres kilómetros está que se quiere apagar el motor por falta de diesel.

Intentó dar una explicación incomprensible del por qué se había venido de Santiago de Chuco con tan poco combustible. De la casa sacaron una manguera con su surtidor y todavía no logro imaginar como hicieron para medir la cantidad de carburante solicitado.

Parecía que con el combustible hubiesen cambiado al chofer. De la persona tensa y parca inicial, ahora veía a un conductor amigable, muy conversador y con todo el tiempo del mundo. Arrancamos y fue subiendo lentamente hasta el sector de los baños por una calle de tierra, tocando intermitentemente la bocina.

En la primera vuelta y cuando todavía era el único pasajero, se paró frente a la cochera de un hostal a unos doscientos metros de donde me recogió y dijo: vuelvo enseguida. Debía tener unos treinta y cinco años, de baja estatura, contextura media y una marcada falta de cabello en la parte frontal. Vestía un polo blanco y unos jeanes desgastados. Su conversar denotaba una buena instrucción y parecía estar enterado de todo, tanto lo pasado como lo presente. Al frente de donde habíamos estacionado había varios establecimientos modestos con avisos ofreciendo baños, alojamiento o ambas cosas a la vez. Recién me percaté que el espaldar del asiento estaba roto y al intentar reclinarse se iba para atrás. Durante unos quince largos minutos pensaba en lo bonito del pueblo y su paisaje circundante, en la ventaja de sus baños termales y en la desventaja de estar prácticamente al final de un camino; ser de por sí un destino alejado, no un lugar de paso con movimiento considerable de personas. A unos treinta metros bajando, sentada en la acera de una casa de cuyas paredes sobresalían por encima las ramas de un arbusto de blanquillos, una anciana miraba fijamente un punto de la calle mientras sus manos hilaban de memoria un manojo de lana blanca enrollada en un palo. Salió el chofer con cara de haber satisfecho una necesidad fisiológica y dijo simplemente, ¡nos vamos!

A las pocas personas que se veía las saludaba por su nombre o su apodo, se detenía, les preguntaba por fulano o mengano, les daba razón de algún conocido común y seguía lentamente. En los cruces se paraba y miraba con detenimiento en ambas direcciones como esperando que la fuerza de su mirada sacara a la gente de sus casas y las animara a viajar. Me contó del propietario de la amplia casa con su capilla amarilla y roja que se devisa desde todo Cachicadán, quien fue mayordomo de varias de las fiestas patronales é hizo construir hace poco la capilla que es una réplica de la Iglesia de Santiago de Chuco, Por un dato obtenido en Trujillo quise saber donde quedaba el hostal de una señora de nombre Elsa; me dijo que eran parientes y que no pudo concretar la idea de hacer un hostal turístico en su casa por problemas con la propiedad del terreno. Al final de la calle principal –que era una especie de terminal de pasajeros- se veía otra combi con dos o tres pasajeros en su interior. Pasó muy despacio a su lado anunciando: ¡Sale para Santiago! Como nada sucedió, giro a la derecha para dar otra vuelta por el pueblo.

En la siguiente vuelta, en uno de los cruces vio a una señora con su pequeña hija como a unos treinta metros de la esquina:

- Maestra Dorita, ¿Va para Santiago?
- Si, pero primero debo hablar con el director
- Vaya nomás, yo la espero.
- Dese una vueltita mientras busco al director y traigo mi maletín. Hija, sube a la combi y me esperas que no tardo.

Subió la niña en la parte de atrás y seguimos cuesta abajo por la calle principal. Ya éramos dos los pasajeros. Encontramos la otra combi en el mismo lugar y esta vez al pasar a su lado, la nuestra hizo como si siguiera de largo rumbo a la salida. Uno de los pasajeros del otro vehículo se bajó deprisa y subió a la nuestra. Durante unos segundos siguió el amague de seguir y al no bajarse nadie más, giró para una nueva vuelta. El pasajero que acababa de subir pidió bajarse y regresó a su combi, la cual de inmediato partió hacia Santiago de Chuco. Nuestro chofer masculló entre dientes que el otro era un esclavo, que se iba porque debía entregar la combi que era alquilada; que él no tenía mayor apuro porque la suya era de su propiedad. La niña pidió en tono de súplica que buscaran a su mamá y nos regresamos, esta vez tocando la bocina con mayor insistencia.

El sol hacía rato que dejó de verse y sus rayos hacían resplandecer el verde de los cerros a nuestras espaldas. Las sombras se deslizaban de manera resuelta por casas y calles que, a estas horas parecían más desiertas que nunca. En el tramo de subida, por la vía de tierra, el único ser viviente que pude ver fue un chancho negro con un pedazo de soga amarrado al cuello que hurgaba con su hocico el barro en el borde del camino. Breves nubecillas se levantaban desde el curso de las aguas termales al bajar hacia el pueblo. Los eucaliptos a espaldas de la capilla multicolor parecían más altos que como los vi esta mañana. La piscina municipal no tenía nada que reflejar a esta hora y se veía oscura. La punta de las torres de la iglesia principal, le decían adiós al sol y en la inclinada plaza, un muchacho leía una revista acostado de vientre sobre una de las bancas.

Llegamos al punto de encuentro con la maestra y no estaba. La niña se bajó, se fue por la callecita y la perdimos de vista cuando dobló la siguiente esquina. El conductor maniobró la combi y se metió de retroceso por la calle en busca de la niña y su mamá. Tuvimos que esperar otro rato en la esquina hasta que apareció la maestra quejándose de su pelo mojado y pidiendo a la niña que se ponga su chompa. Vinieron las explicaciones del caso y el chofer lo único que hizo fue arrancar y subir el volumen de la radio donde se libraba un largo mano a mano musical entre Sonia Morales y Dina Paucar, en el cual, con medios parecidos se perseguían objetivos diferentes: la primera bebía cerveza, ron y guinda para olvidar y la segunda bebía dos cervecitas para no olvidar. Al final de la calle principal subió un pasajero rezagado y poco antes del arco de entrada al pueblo subió una señora con dos grandes y pesados costales. Ahora si salíamos de Cachicadán, en lo que parecía ser el último viaje del día.

El viaje de escasos cuarenta y cinco minutos no tuvo nada de extraordinario. Los cerros perdían su color y sus partes bajas se veían oscuras. En el trayecto subieron tres pasajeros más que se bajaron a la entrada de la ciudad.

- ¿Tiene donde quedarse? Los hoteles están llenos porque hay una convención departamental de maestros.
- La verdad que no. No tenía idea de la convención.
- No se preocupe, le vamos a conseguir donde quedarse.

Ya era de noche y se veía movimiento en la ciudad. Hizo un recorrido por varias calles estrechas hasta que se paró frente a una vieja casona de dos pisos. Por la ventana de la combi preguntó:

- Don Teo, ¿Tiene algún cuarto disponible para mi amigo que viene de bien lejos?
- Está todo lleno cholito pero en una hora desocupan una.
- Listo mi amigo, está usted servido
- Muy agradecido. ¿Cuánto le debo?
- Con la carrerita hasta el hotel son tres soles por todo…
- Aquí tiene Mauro, y gracias nuevamente



FAPG
Valencia, Venezuela
Rev. 3 del 09-08-07

Espero sea de su agrado